El otro. En cada hilo de voz que designa
y se repite, en cada fragmento de espacio repleto de íconos y sombras, en cada mineral,
periferia, sustancia, en cada partícula de tiempo, el otro. Dije alguna vez haber
visto allí el cuerpo enemigo, la imagen duplicada de aquello que no es, no está,
trama de ensueños y metales ardiendo, el lobo entre la niebla, los dientes de
fuego, el cliché, pero salvo cuando… y excepto… en el preciso momento del desdoble,
de la partición del oxígeno, el músculo y la luz… y de imprevisto, precipitándose,
la percepción anónima, el espectro de la propia ausencia proyectada, el otro… Con
frecuencia me he preguntado, también, sin alcanzar una respuesta irreductible,
si el límite no es acaso tan sólo aparente. Si el confín de la forma es tal, y
luego le sobreviene la forma siguiente, consecuente en color, favorable en definición
y estructura, sobre un punto dado, en un instante específico; o tal vez, por el
contrario, los puntos se cierran sobre ellos mismos, la parte iguala al todo, los
instantes se pliegan y repliegan, se resume la trama de la noción y la acción,
y allí donde se presumía una frontera, un quiebre hacia… un contacto con… reside,
verdaderamente, la perpetua unión de representación y figura, de esto y
aquello, del espejo y su fantasma, de la carne y su herida, de un rostro en pausa
y su eterna contemplación… por qué no, también, de quien escribe y el otro.
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