lunes

Desiertos


I

En el peor mundo,
tu cabeza.
A veces pareciera que esta hoja aquí de frente me atraviesa,
sin siquiera yo acercarme.
Que soy blando como el aire o soy el aire,
y que a lo único que tiendo es a persistir en disiparme.

II

Imperfecto,
roto,
fláccido y hambriento,
son los adjetivos para esta forma ausente;
orden insoluble, vacío vertical,
columna sin cabeza, espíritu blanco allí donde he creado/han creado,
este cuerpo que no es otro más que
aquel cuerpo enemigo.
Imperfecto,
roto,
fláccido y hambriento;
a pesar de los esfuerzos, de la sangre hecha de tiempo, de cada cosa que permanece atragantada y permanecerá.

III

A la 1:11,
fiel a tu forma y figura,
cifrado en mi espejo,
tenaz confidente,
junto a ti, mi silencio,
tus manos en mis dedos,
(mis dedos en tus manos),
no habrás de claudicar,
porque aquí estoy,
cifrado en tu espejo,
fiel a mi forma y figura,
junto a mí, tu silencio,
a la 1:11,
yo he escrito este poema.

IV

¿Cómo recuperarte? Ayer, sí, ayer. Creí verte en un rayo de sol.
No. Perdón. Los perros te ladraban.
Qué gramática la mía. La de no poder decir que sí sin repetir. Sí.
Te he visto. Sí. ¿Cómo ser como un perro, cómo?

V

A fin de cuentas,
se fueron los hijos,
los padres,
ayer, mañana, fueron, serán,
persianas cerradas, pupilas de cal,
y detrás de la escena, allí,
lo recto y definitivo, el espejo rotundo,
el maravilloso desfile de sodio y de calcio;
hasta siempre se han ido,
los padres,
los hijos,
nosotros, ustedes,
las velas no arden,
no pueden las manos,
tijeras y vendas,
la voz que se apaga,
el tiempo presente,
pasado,
futuro,
he dicho,
diré,
lo mismo,
se ha ido,
o se irá.

VI

Un rastrillo.
Una tijera. Cortando melodramáticas huellas de cal.
Un rompecabezas. Las piezas. Cabezas.
Un yunque. Compruebo el metal. Febril picaporte.
Detrás ya no hay nadie.
Un grito histérico. Un sombrero de paja.
Temo aún por el correr de las horas. Los ojos vendados.
Un microondas. Un cielo raso. Un pájaro inmóvil.
Reloj cenicero. Adiós cenicienta.
Un balcón que se agacha en la sombra. La mosca infinita.
Un corpiño de encaje. Aquí y allá las paredes. El aire en el medio.
No deviene no sangra no creo que el sol. Ya debería haber, pienso.
Dos salas de espera donde esperan las manos la estaca.
De nuevo un rastrillo.
Una tijera. La astilla del tiempo clavada en el hueso.
Compruebo el metal. Otra vez ya no hay nadie.
Quisiera escuchar al menos como crecen los años.
Silencio de radio, me dicen.
Quisiera un megáfono.

VII

Qué soledad cuánta
porquería plástica congregación pegajosa
de techo inmune, piel de erizo, dentífrico sobrante,
quietud de anteojo nuevo, atún que nunca dije me gustara
y bandoneón de esquina antigua trepándose a relojes;
a la vez que este exceso de retina viscosa sobre estantes, mesas,
cómodas con pelos, criterios de hojalata, huevos de mosquito y tornillos
arrastrándose entre lunes martes miércoles azules y de humo
por los codos, por las lenguas de aserrín y alcantarillas
en las sienes mueren topos y los dedos fatigados de agitarse el cerebro
en la perinola de la almohada y el guiso de noticias y
culebras de Rumania por las medias.
Qué soledad tanta la mía como aquella del vecino mucho gusto
de la dulce sueños madre mía, hermano tuyo y donde quiera
que adolecen las rodillas y el microondas de gemidos pararrayos vacas vivas carne joven al momento que arrecian perchas negras como flechas de tormenta,
y estimados señores y señoras del consorcio me remito a la evidencia,
a su disposición péndulos curvas y rectas y modales ya no existo
de tanta soledad qué porquería.

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